Antonio Mingorance, el viejo trashumante de La Alpujarra

Durante más de cuatro décadas practicó la trashumancia siguiendo las rutas establecidas para explotar en invierno pastos naturales de Granada y Málaga

Ha practicado el pastoreo y la trashumancia durante muchos años. El ganado siempre ha sido su vida. Antonio Mingorance Puertas nació en Lanjarón hace 88 años. A corta edad aprendió los quehaceres del campo para ayudar a sus padres José y Carmen y a sus cinco hermanos, uno de ellos ya fallecido. Antonio aprendió a leer, escribir y hacer cuentas por la noche en una escuela de pago. Esta familia tuvo vacas en la sierra, luego cabras y después ovejas. Antonio ejerció de pastor de ovejas durante 42 años. Cuando Antonio cumplió 10 años empezó a guardar una manada de cabras en el paraje de ‘Los Castañares’ de Lanjarón. Antonio realizó el servicio militar en el Parque de Artillería de Granada y después en el Polvorín de Sierra Elvira y otros lugares del Ejército de Tierra. Antonio está soltero.

Antonio Mingorance conoce Sierra Nevada como la palma de su mano. Practicó la trashumancia. Sacrificio y horas de esfuerzo marcaron la vida de este lanjaronense. En la sierra de Capileira estuvo pastoreando su rebaño durante 7 años en el cortijo ‘El Alminar’ de un vecino de Dúrcal llamado Juan Padial Melguizo. También guardó ganado en la sierra de Nigüelas. Cuando se acercaba el invierno se iba con su ganado a la Costa. El trayecto lo realizaba andando a Almuñécar y años después a Vélez Málaga con 300 cabezas de ganado, varios perros y dos mulos. Uno de sus hermanos, Francisco, le ayudaba en esos menesteres. La trashumancia ha marcado desde la antigüedad la forma de vida tradicional de muchos pastores y ganaderos de La Alpujarra y otras zonas. Desde tiempos inmemoriales ha existido el movimiento estacional de ganado siguiendo las rutas regulares establecidas explotando los pastos naturales a lo largo de todo el año.

Según Antonio “antes la vida era muy sacrificada. Se trabajaba de sol a sol. Había muchos pastores y agricultores. Los castañares de Lanjarón, ahora abandonados, los he conocido yo labrados con un arado y echándole abono para que rindieran más fruto. Daba alegría verlos y casi todos han desaparecido. La vega de Lanjarón la he conocido sembrada de maiz y otros cereales. Todo se veía verde. También antes la gente era más noble y buena. Yo salía a las ferias de ganado de Órgiva, Cádiar, Albuñol, Padul, etcétera, porque me han gustado mucho y cuando el vendedor y el comprador chocaban sus manos aquello era una escritura. Ahora, ni con papeles hechos, puede estar seguro uno de lo acordado”, indicó.

Antonio también hizo mucho queso artesanal y lo vendía en la Costa. Cada día fabricaba 10 quesos de a kilo. “En aquellos entonces una oveja costaba 20 duros (cien pesetas de las de antes). Las cabras valían lo mismo. También en cada finca de Lanjarón solía haber una vaca y una burra para, entre otros trabajos, arar la tierra. El aparcero era muy corriente en aquellos tiempos y el torna de peón para que no corriera el dinero que estaba muy escaso. Cuando llegaba el tiempo de la trilla en las eras la gente se ayudaba una a la otra también. Antes la gente era más cariñosa que ahora. Habría más pobreza pero había más unión. Yo, a pesar de mi avanzada edad, todavía voy al campo para entretenerme y mover el cuerpo en una finca de mi hermano. Yo he salido poco de Lanjarón. Mi trabajo ha sido muy sacrificado en el campo. Cuando salía fuera era para ir andando durante 5 días para trasladar mi manada de ganado desde la sierra de Lanjarón a la Costa malagueña pasando mucho frío. Eso sí, la comida y el vino no me faltaban”, terminó diciendo este hombre enjuto, alto, con sombrero y educado en la ‘universidad’ de la vida rural y pastoril.

Cuando Antonio era joven solían haber en Lanjarón muchos pastores y muchas cabras en la mayoría de las casas y cortijos para la provisión de leche. También había ganado vacuno. Todas las mañanas, para que toda la familia tomase la leche, el padre, una de las primeras cosas que hacía era ir a ordeñar la cabra y llevar la leche a su mujer, quien sistemáticamente la hervía y preparaba el desayuno. La leche se solía tomar con sopas de pan y turrones de azúcar en un tazón. No hacía falta frigorífico para conservar la leche, no se cortaba ni siguiera en verano, en estos tiempos sí. Los calostros eran riquísimos y codiciados. También las borregas eran muy apreciadas porque dan leche, queso y lana. Antiguamente parte de la lana se utilizaba para rellenar colchones y almohadas. Los animales formaban parte del paisaje de Lanjarón. Eran otros tiempos.