Los mártires de la Cuesta de la Amargura de Turón

Ocho seglares y más de 300 presos de Almería fueron martirizados por republicanos en la Cuesta de la Amargura cuando construían a pico y pala la carretera Turón-Murtas durante la Guerra Civil

Ocho seglares de Almería fueron martirizados por un grupo de republicanos entre mayo y junio de 1938 en el la Cuesta de la Amargura de Turón por los republicanos. En este mismo lugar, mientras construían los presos almerienses la carretera Turón-Murtas, fueron también asesinadas por el mismo bando más de 300 personas.

Los seglares asesinados en Turón fueron: José Pérez Fernández (25 años); José Casinello Barroetea (41 años); Juan Moya Collado (19 años); Luciano Verdejo Acuña (52 años); Francisco Salinas Sánchez (24 años); Tomás Valera González (19 años); José Quintas Durán (23 años), y Rafael García Torres (34 años). Dos lápidas recuerdan a estos ocho mártires, una situada en el porche de la pequeña Ermita de las Ánimas, y otra instalada en la sacristía de la iglesia.

En una de las lápidas con los nombres de los ocho martirizados, se puede leer lo siguiente: “En estas duras y ásperas tierras, cuesta de amargura y campo de exterminio abrieron caminos desde Turón a Murtas, fueron sacrificados, por odio a Cristo, durante la gran persecución religiosa, los mártires siervos de Dios, fieles hijos de la iglesia de Almería que, como acto supremo de fe y amor, ofrecieron sus vidas a Dios”.

El arzobispo de Granada, Javier Martínez indicó hace unos años en Turón que “la diócesis de Almería tuvo muchos hombres y mujeres que dieron su vida por Cristo en la persecución religiosa en los años previos de la Guerra Civil y durante la Guerra Civil. Los seglares martirizados son un tesoro de la iglesia, porque nos enseñan dos cosas: primero que Jesucristo es el bien más precioso, que vale más que la vida, y en segundo lugar, que como Jesucristo, independientemente de cuales sean las circunstancias, pues uno puede amar a todos los hombres aunque sean tus enemigos y aunque te estén quitando la vida. Uno puede amar y perdonar. Y yo estoy convencido que el perdón y el amor son lo único que hace progresar a la historia. No los intereses ni las luchas de poder”, terminó diciendo.

A principios del verano de 1938 comenzaron a circular por los pueblos de La Alpujarra oriental unos rumores siniestros que después se dieron por ciertos. El autor del libro ‘Los Mártires de Turón’, Alfonso Zamora, asegura en su obra que en 1938 se decía que en la carretera de Turón se estaban cometiendo asesinatos. “Una ‘checa’ encargada de los presos políticos llevados a trabajar en la construcción de dicha carretera los iba eliminando día tras día por los procedimientos más inicuos y feroces. Las gentes sensatas rechazaron al principio tales rumores: “¡Eso no puede ser verdad!”, “¡Eso es absurdo!”, se contestaba a los portadores de dichas noticias, no ciertamente porque los hechos revelados en ellas fuesen plantas exóticas al clima moral de las hordas marxistas; se sabía ya mucho de lo que había pasado en Málaga, en Almería, en Motril, en Adra y en tantas otras partes sometidas al terror de los rojos, y no podía, por tanto, sorprender ningún nuevo crimen por monstruoso que fuera”.

Alfonso Zamora relata también en su obra que “centenares de presos de la zona de Almería fueron enviados a trabajar en la construcción de la carretera de Turón. La iglesia la habían convertido en cárcel. La persecución roja amontonó en las cárceles hombres de todas las profesiones y de todas las edades; muchachos y ancianos, varones ilustres y humildes braceros… Todos estos hombres, desde el sacerdote, el médico o el abogado hasta el más ruin pastor o labriego, vinieron por la vía dolorosa del martirio a constituir dentro de cada ergástula roja algo así como una hermandad de creyentes, como una especie de orden caballeresca con tácitos votos de sacrificio por Dios y por la Patria. De esta benemérita clase de ciudadanos fueron los hombres que los rojos enviaron desde la cárcel de Almería a los campos de trabajo de Turón”.

El número de presos de la primera expedición que fue a parar a Turón fue de 301. En la segunda expedición fueron llevados 202 hombres. Casi todos murieron. Un anciano de Turón manifestó que “en aquel tiempo hubo que matar a los perros del pueblo porque aparecían en las calles trozos de cadáveres de los presos que iban asesinando cuando hacían la carretera”.