La asociación cultural de Lanjarón atesora entre su patrimonio la documentación del poeta local Juan Gutiérrez Padial
La asociación cultural custodia en su archivo manuscritos del poeta local y su biblioteca personal, además de un gran patrimonio literario y artístico relacionado La Alpujarra

La asociación cultural Poeta Juan Gutiérrez Padial de Lanjarón cuenta entre su rico patrimonio con un archivo que se custodia con mimo en la sede de la asociación situada en la Fragua de Marcelino, un pequeño edificio en el típico barrio hondillo, entre tinaos, portales y hornacinas.
Presidida desde su fundación, hace más de una década, por Fernando Rubio, la asociación, con la colaboración, entre otros, de la familia del poeta local Juan Gutiérrez Padial ha ido atesorando un patrimonio histórico, literario y artístico de gran valor. Cuenta con copias de la obra inédita del poeta, su biblioteca personal o una litografía de Federico García Lorca realizada por José Caballero.
Aunque la sede de la asociación, por su espacio reducido y por no tener accesibilidad, no cumple los requisitos para poder ser un espacio público, esto no ha impedido la organización de decenas de actividades de dicha asociación, convirtiéndose en un referente cultural de la provincia, donde todos los años colectivos, visitantes y escolares realizan encuentros culturales puntuales.
El archivo se sitúa en la segunda y tercera planta del edificio, en la que se encuentran una biblioteca sobre temas de Lanjarón y La Alpujarra, la biblioteca del poeta local cedida por su hermana, guiñoles lorquianos, recortes de prensa, fotografías, o copias de manuscritos inéditos del poeta cuyos originales, tras un proceso de digitalización fueron entregados para su conservación a la Casa de los Tiros. Además, la asociación cuenta con enseres personales de Juan Gutiérrez Padial, o con una litografía del prestigioso pintor José Caballero (1915-1991), que conoció a Lorca en 1932 y desde entonces colaboraron en numerosas iniciativas. Dicha litografía llegó a la asociación gracias a las gestiones realizadas por el socio de honor de la asociación, José Antonio Ramos, con la viuda de José Caballero, María Fernanda Thomas de Carranza.
Además, la asociación también custodia en su archivo las actas del Concurso Literario que lleva el nombre de Juan Gutiérrez Padial, celebrado en 1980, del que fue ganador el argentino Pedro Nalda Querol por su libro “el fundamento y la combustión”.
Entre las numerosas actividades de la asociación cultural destaca un hito en la provincia, la organización del Centenario de Lorca en Lanjarón-La Alpujarra celebrado en 2017, donde junto a más de un centenar de actividades se realizó un profundo trabajo de investigación y recopilación de testimonios de la presencia de Lorca en tierras alpujarreñas publicado en el libro Lorca en el País de Ninguna parte de Fernando Rubio y Adoración Elvira Rodríguez, y en el que participaron numerosas instituciones y asociaciones como la musical de Lanjarón, presentando la obra de Aniceto Giner Fantasía Lorquiana II en el teatro Isabel La Católica, o el disco dirigido por José Antonio Ramos Cantar a Lorca.
También destaca el proyecto “Patrimonio de Lanjarón” dirigido por José Antonio Ramos, y en colaboración con la asociación de empresarios y comerciantes que preside Ana María Rosillo. Esta iniciativa agrupó al tejido socioeconómico del municipio para poner en valor los pilares, molinos harineros, puertas, hornacinas y el castillo de Lanjarón, este último con la colaboración del profesor de la Universidad de Granada, Alberto García Porras.
Recientemente, la asociación ha organizado el I Certamen Andaluz de Poesía Alpujarra, coordinado por Jorge A. Vega, en el que más de un centenar de poetas han participado, siendo la ganadora María José Collado por su poemario “La sombra del helecho”. Además, la asociación colabora activamente con el CEIP Lucena Rivas con actividades de visitas patrimoniales a Lanjarón guiadas por María Soledad Ramos y por Jorge A. Vega, y con otro sinfín de actividades.
Juan Gutiérrez Padial
Nace en Lanjarón en 1911, donde transcurre su infancia y juventud, marcando su vida entera. En su libro en prosa Lanjarón, historia y tradición (1982), muestra cuánto le debe en orden a las vivencias íntimas, cómo el recuerdo le había acompañado de por vida con memoria fidedigna, y hasta qué punto está nostalgia fue uno de los resortes máximos de su poderosa lírica.
En 1943 se ordenó sacerdote, obteniendo algunos destinos hasta fijar su residencia en Granada, en cuya abadía del Sacromonte fue profesor altamente valorado por su erudición clásica. Es entonces cuando siente despertársele la vocación literaria, y consecuencia de ello es su colaboración literaria en revistas como Don Alhambro, Caracola, Molino de papel, Litoral y otras, a las que permanecerá fiel con el transcurso del tiempo. Su primer libro, Salterio gitano, apareció en 1948. Publicado en una modesta imprenta, llevaba una carta-prólogo de José María Pemán y un poema-portadilla de José Carlos de Luna. El libro se agotó pronto, y ganó a su autor un puesto preferente entre los poetas andaluces de aquel momento. Don Juan Gutiérrez Padial, dotado de carácter comunicativo y franco, y de humor regocijante, expansivo y alegre como tal vez correspondiera a su complexión sanguínea, así como de una memoria portentosa en orden a erudición de citas latinas, pero al mismo tiempo hombre castizo que no renunció nunca a su ascendencia rural, se integra por entonces en el grupo granadino Veleta al Sur, con cuyos otros componentes mantuvo de por vida una amistad leal y generosa. Aquí en este círculo literario es valorado por el amplio aliento y vigor de su poesía, su cuidadosa métrica y su cultura amplísima, no exenta de curiosidad por la poesía más reciente.
Su segundo libro se titula A contratierra (1958) y se publica en Veleta al Sur, con solapa-prólogo de Carlos Casaño. Está escrito en prosa, si bien entrecortada en tan breves parágrafos que semejan versículos. Se trata de una confesión no tanto ante Dios como a su propia conciencia de hombre sufriente entre la angustia y la esperanza. Y es que la poesía de Gutiérrez Padial toma como referencia al hombre, y esta preocupación moral y metafísica a un tiempo anega toda su obra con un hondo sentido trancendente, que a veces alcanza cotas de desgarro próximo al existencialismo. Debajo del silencio (1966) es su tercera entrega, editada en los talleres de la imprenta Sagrado Corazón, y lleva, éste también, solapa-prólogo, de E. Marqués Ferrán. Aquí irrumpe ya el formidable sonetista en que iba a convertirse en el futuro.
Y dos libros últimos, ambos en Granada: Sombra penúltima, publicado por la colección Zumaya de la Universidad en 1980, y Bajo el signo del estro (1983), en la colección Genil de la Diputación. El primero es un libro estremecedor, en el que conversa con “Pickny”, su fidelísimo perro, confidente del poeta. Y el segundo, quizá su más acrisolado libro, su obra más pujante. Su brillantez metafórica y su musicalidad impecable, su poesía caudal, nos muestran al autor en el punto más alto de su evolución creadora.
Don Juan Gutiérrez Padial, que en su día fuera nombrado decano de los canónigos del cabildo-catedral de Granada, vivía para entonces en un viejo caserón aledaño del hospital del Refugio, al cuidado de cuyos ancianos prestaba servicio pastoral. Y era aquí donde recibía a sus innumerables poetas discípulos en las largas tardes. Y de aquí es que salió, tras cerrar la casa para siempre, camino de la residencia de Sacerdotes, sita en plaza de Gracia, para abandonarla, tras pocos años, con ocasión de haber de ingresar en el hospital Virgen de las Nieves, ya muy enfermo, en una de cuyas habitaciones de la tercera planta murió, cuando le llegó la hora. Un año antes, en 1993, había tomado, sin embargo, la precaución de publicar su obra poética completa, intuyendo tal vez el olvido que se abatiría sobre su memoria. El volumen, titulado Entre asombros y gozos, la palabra, fue editado por Ediciones Ubago, en tamaño de a cuarto y presentación sobria, despojada de biografía y bibliografía. E incluye un libro inédito: Ámbitos siderales, un texto claramente de despedida, donde rinde tributo de amistad, en sus poemas, a personas muy queridas, al tiempo de retomar su fe religiosa más prístina. Y, en efecto, el olvido se abatió, al punto de que el concurso literario que llevaba su nombre, convocado por el Ayuntamiento de Lanjarón, ciudad que le hizo hijo predilecto, varió tal denominación por la de “Ciudad de Lanjarón”.